viernes, 16 de julio de 2021

FERNANDO BOTERO: VOLUMEN, COLOR Y LUZ II

“Mujer reclinada con libro”, 1998
En esta segunda entrada sobre la obra de Fernando Botero, mostraré varios de los temas recurrentes en su actividad pictórica: bodegones, paisajes, tauromaquia, religiosos y versiones de sus artistas de referencia. A través de su obra se advierte que mantiene un estilo, el sello personal que define a un artista.
“Sin un estilo propio un artista no existe. Todos los buenos pintores han conseguido crear un estilo propio coherente con sus ideas, inmediatamente reconocible... Van Gogh, Botticelli, Ingres, Piero della Francesca, Vermeer, Velázquez, Giacometti o Tapies...”  F. BOTERO
“Cuando uno es joven, quiere juntar todo. Quería el color de Matisse, la construcción de Picasso la pincelada de Van Gogh.” Botero

“Botero aplica la ley de la esfera y del cilindro, al repertorio de formas que le ha enseñado el siglo XX. A las mismas cosas de Obregón, de Morandi, de Braque. A la utilería de cocina puesta sobre una mesa; cafeteras, manzanas, jarras, piñas. Pero antes de llegar a esta aplicación, da numerosas vueltas por el laberinto”. HERNÁN DÍAZ, MARTA TRABA 
Cuando el artista se enfrenta al lienzo en blanco debe elegir, entre el vocabulario artístico: colores cálidos o fríos, figuración o abstracción, luces y sombras, perspectivas, composición y volumen... Aquello que se adapta mejor a su sentido estético y a lo que desea expresar. Como toda elección lleva implícito un rechazo y define un estilo.
Los músicos forman parte de una serie de escenas de género en las que domina un tono festivo.
Las imágenes ocupan casi toda la superficie del cuadro y entre los personajes hay poco espacio. La desproporción entre algunos personajes da un tono humorístico a la composición.
Músicos, bailarines e instrumentos musicales forman parte de un repertorio recurrente que su memoria rescata de su infancia y juventud. Así estas escenas parecen haberse detenido en los años treinta y cuarenta. Tienen una ingenuidad que les da un encanto especial.

"Bañistas"
"Bailarina en la barra", 2001
Aunque son artistas con personalidades muy diferentes tanto en lo político como en las relaciones humanas, en su trayectoria personal y en el carácter, sin embargo su obra confluye en numerosos aspectos del contenido. Incluso se pueden apreciar los rasgos característicos del realismo mágico en el tratamiento de ambientes y personajes arraigados en las tradiciones de su Colombia natal.
Botero mezcla “la realidad y la estética popular"
"Pareja bailando", 1987
"Bailarines", 2002
En Gabo hay una identificación no sólo del subcontinente latinoamericano y su peculiar forma de comprender y afrontar los vaivenes de la vida.
“Mujer-sentada”, 1997
"Jugadoras de Cartas II", 1989


"Caballo del picador", 1992
Uno de los temas recurrentes en la obra de Botero es la tauromaquia. Su afición por los toros le lleva en la década de 1980 a dedicarse a él casi en exclusiva.
                                                               "Matador", 1984
"Cuando tenía unos 14 o 15 años fui a una escuela de tauromaquia como tantos jóvenes en Latinoamérica y mi afición por los toros me llevó a hacer pequeñas acuarelas taurinas, sobre todo copias de un pintor mexicano, Ruano Llopis (ex refugiado de guerra español). Luego cambié de temas y empecé a dibujar un paisaje y, ese día, me convertí en un artista". F. BOTERO
"Picador", 1986
"Siempre voy a hacer pinturas de las corridas de toros. Es algo que me ha fascinado toda la vida. Primero, porque tiene todos los elementos que debería haber en una pintura, como son el color, las formas, la composición y el espacio. Pero además, es algo que también implica drama, lo que le da una dimensión más allá". F. BOTERO

"Los toros hacen la vida fácil al pintor porque es una actividad que ya de por sí tiene mucho color. El traje de luces del matador, la arena, la barrera, el público... Es un tema maravilloso, le da poesía a la pintura“ BOTERO
"La muerte de Luís Chalet", 1984
Botero explora las formas, los colores, el vestuario y el mundo plástico y poético del clero satirizándolo  con humor no exento de una cierta crítica.

"Monja comiendo una manzana", 1981
"Botero ha llenado sus cuadros de clérigos más por motivos visuales que espirituales, y así vinculó su obra a esos mentores y expresó un mundo en el que, en efecto, como en la Italia de las ciudades-estado, la Iglesia era omnipresente ". VARGAS LLOSA
"El Nuncio", 2004
Con el dinero que recibe por el segundo premio en el IX Salón de Artistas colombianos, Botero viaja a Europa. Tras una corta estancia en Barcelona, se instala en Madrid donde se inscribe en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí se convierte en aprendiz de los grandes maestros. Realiza numerosas visitas al Museo del Prado, donde copia los cuadros de los clásicos, para impregnarse así de la sabiduría y la técnica de sus obras. En el Prado se produce el primer encuentro directo y verdadero con el arte. Inicia sus trabajos copiando la Danae de Tiziano; continúa con Tintoretto, Velázquez, Rubens y Goya. 
"Después de Mantegna", 1980
“Un día en Madrid ocurrió algo que cambió mi vida. Me paseaba, ya tarde, por una de esas calles en las que abundan las librerías de viejo y los anticuarios cerca del Prado y vi en un escaparate un libro abierto por una página que contenía una reproducción de Piero della Francesca. Se trataba de La reina de Saba y se encontraba en Arezzo. Nunca en mi vida había oído hablar de este pintor; en Colombia conocíamos a Rafael, Miguel Ángel, Tiziano, Tintoretto, Velázquez. Esta reproducción me produjo una impresión enorme, fue como un relámpago, una luz. Al día siguiente compré ese libro; era la “Historia de la pintura italiana”, escrita por Lionello Venturi. El Quattrocento fue una revelación. Quería comprender a Piero y para comprenderlo tenía que conocer todas sus raíces: Paolo Ucello, Domenico Veneziano. La pintura empezó a parecerme una cosa mucho más importante de lo que hasta entonces había creído; era una ciencia con reglas precisas y complicadas, reglas que no había podido ni siquiera suponer con anterioridad, pero que ahora quería conocer y dominar. Entonces cambié todos mis planes y en cierto sentido aquello cambió mi vida”. FERNANDO BOTERO
Versión de "El Niño de Vallecas" de Velázquez, 1959
LA REINTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA DEL ARTE
A partir de 1960, BOTERO lleva a cabo, entre su variada temática una serie de obras en las que parece rendir tributo a los grandes maestros de la pintura universal como “Mona Lisa a los doce años” (1959), “Rubens con su esposa” (1965) o “Autorretrato según Velázquez” (1986). Una y otra vez regresa Botero a las obras maestras del arte europeo, no con el ánimo de copiar a los grandes pintores, sino de rendir un homenaje a quienes lo impulsaron a trabajar. Sin embargo, siempre ha tenido un ojo puesto en el Renacimiento y otro en el arte moderno.
El artista selecciona entre los grandes creadores del pasado aquellos elementos pictóricos que se acercan más a su sensibilidad  y que serán su fuente de inspiración.
"Después de Piero della Francesca", 1998
"Después de Pierro della Francesca", 1998
Piero della Francesca, frontal del Díptico de Urbino (1465-1472), Galleria degli Uffizi, Florencia. 
Botero presentó esta obra en el XI Salón Nacional de Artistas Colombianos en el año 1958. La primera reacción del jurado fue rechazar la pieza de plano, por considerarla, entre otras cosas, una ofensa contra la tradición artística. Botero realiza una síntesis de los valores plásticos de Mantegna más relevantes para él, y además reduce la composición a los personajes estrictamente familiares. Para ello elimina totalmente el aire del espacio.
Marta Traba vio en esta obra el germen de una nueva mirada que valía la pena compartir. Muy pronto, la influencia de esta investigadora, cambiaría las cosas: la obra, antes rechazada, se levantó con el primer lugar del salón. MARTA TRABA escribió años después en El Tiempo (Bogotá, D.E., 27-IV-1966):...”se premiaba por primera vez el sentido creador, se estimulaba el arte como una aventura total, se salía de la insignificante réplica de la realidad, se deformaba la visión lógica con el añadido de la fantasía, la burla, el estrepitoso peso de las formas".
Varios de los rasgos más notorios de la obra de Botero proceden de la        tradición renacentista: la serenidad de sus personajes. El colorido tan luminoso, la quietud de sus figuras, aun en pleno movimiento, que parece sugerir o eludir a la eternidad. La importancia del volumen y la monumentalidad de las formas. La precisión geométrica de la composición, la elegancia formal, el rigor en los trazos.
Fernando Botero, versión de"La Fornarina" de Rafael

(…) "Botero se reclama incesantemente como heredero de una tradición. 
(…) No hay artista de alto rango -y el de Botero es altísimo- que no reconozca a sus padres. La alternativa es la orfandad. Botero hace explícitas sus genealogías. Sabe de dónde viene porque sabe a dónde va. El arte, dice, debe saturarse de influencias. Lo que aparece al final es su propio yo. Pero ese yo no es huérfano. En el caso de Botero, los padres se llaman Masaccio, Giotto, Piero, Uccello, el Quattrocento italiano. Se ha cansado de decirlo y vale la pena subrayarlo aquí. 
(…) De Uccello aprende Botero que geometría es serenidad, y de Piero della Francesca -muerto en 1492, con el «descubrimiento de América»-, que el pintor organiza espacios. Aprende la majestad de los horizontes bajos. 
(…) Botero adapta el volumen sin perspectivas, sin necesidad de sombras a fin de revelar su propia, personalísima exaltación de alma receptiva.” CARLOS FUENTES
Después de Van-Eyck, "El matrimonio Arnolfini" 1978
“La riqueza de un pintor son sus influencias, cada vez que uno recibe una, se enriquece. Hay que empaparse de todo, en eso consiste la riqueza de un artista: en haber pasado por muchas influencias, haber amado muchas obras de arte, haber visto mucha pintura y escultura para luego tener un mundo propio.“ BOTERO
BOTERO, "La infanta Margarita", After Velázquez, 2005

BOTERO, "La infanta Margarita", After Velázquez, 1988
“La pintura desafiante, si bien puede chocar y horrorizar, jamás pasa desapercibida. […] la pintura de Botero llegó, en apariencia, a imponerse por su infatigable intrepidez para desfigurar la realidad. […] Sus cuadros, más que todo, son una epidermis festiva y brillante, interminablemente jugosa: el vestido de la sinrazón sobre una sólida y pensada dosis de oficio”. HERNÁN DÍAZ, MARTA TRABA

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