viernes, 23 de enero de 2009

FRANCISCO DE MOURE: DEL MANIERISMO AL BARROCO

LOS PRIMEROS AÑOS
Conocido el taller en el que transcurren los primeros años de aprendizaje de Francisco de Moure y que no es otro que el de Alonso Martínez, no debe extrañamos que el escultor orensano inicie su andadura artística firmemente vinculado a la estética manierista entonces imperante, y de la que participaba su propio maestro. Pero Alonso Martínez permite entrever en sus esculturas una preocupación por captar rasgos definitorios de carácter naturalista, así como una búsqueda de composiciones en líneas abiertas que auguran lo que luego será el gusto barroco.
ETAPA DE FORMACIÓN MANIERISTA
(1595 a 1605)
PREOCUPACIONES Y PLANTEAMIENTOS
Aunque en algunos casos apuntan, como veremos, soluciones ya barrocas, las obras de este primer período se caracterizan por la utilización de un canon estilizado (en algunos casos totalmente fallido), marcando las figuras un gusto por la línea helicoidal y el "contraposto" al modo clásico, lo que le hace plantear el movimiento en una pluralidad de ejes de visiónLos plegados son ampulosos, cubriendo totalmente a las figuras, pero, al mismo tiempo, enroscados y envolventes en tomo a los brazos y piernas para permitir una revelación de la estructura anatómica interna, al modo de Esteban Jordán. Estos plegados de las telas son de textura blanda, algodonosa, y por tanto diferentes al plegado cortante y múltiple, contrastado de luces, de sus años posteriores.En el tratamiento de las cabezas es donde en mayor medida puede establecerse una pervivencia manierista, pues todas ellas son potentes e inexpresivas.
El SAN ROQUE de la Catedral de Orense, es la primera muestra de lo que será el carácter definitorio del arte de Moure: su realismo en el tratamiento de rostro y telas, los ojos vueltos hacia el infinito con expresión bondadosa, acentuada por el gesto de la mano colocada sobre el pecho. Se presenta el Santo según su iconografía tradicional, vestido de peregrino con el traje abierto en su parte derecha, dejando ver la llaga que es cuidada por un ángel, mientras el perro porta en su boca el pan. El manto se cierra sobre el cuello para caer ampliamente sobre el cuerpo en sobrios pliegues verticalizantes, de sinuoso ritmo en “ese” sobre los brazos al modo todavía característico de la escultura del último tercio del siglo XVI, aunque apuntando ya un sentido claroscurista de la oquedad que preludia las más barroquizantes obras del escultor, como el San Bartolomé de la iglesia de Beade.
EL TRANSITO HACIA EL BARROCO
A partir de la segunda década del siglo XVII se produce un cambio muy acusado en la concepción escultórica de Francisco de Moure, que abandona progresivamente toda vinculación con la estética manierista propia de sus años iniciales para inclinarse hacia una valoración naturalista de gestos y actitudes en las figuras, una complejidad y claroscurismo en el tratamiento de las telas que le llevan a incorporarse a una estética realista o barroca que por aquellos años empezaba a triunfar en el arte peninsular. Se puede situar el inicio de esta etapa en el año 1608, momento en el que Moure contrata el retablo de la iglesia de Beade (Ribadavia)
CARACTERÍSTICAS DE SU 2ª ETAPA
Normalización del canon de las figuras, frente a la distorsión que existía anteriormente entre los cuerpos y las cabezas, grandes en exceso. Cambia también la implantación de las figuras en el espacio, ya que progresivamente se abandonan los ritmos helicoidales, típicamente manieristas, para representar a las esculturas en dinámicas líneas abiertas, si bien aún no logrará la expresión de gestos declamatorios captados en instantánea fugaz, como veremos en las obras de sus últimos años, singularmente los tableros del coro de la catedral de Lugo.
EL RETABLO DE SANTA MARÍA DE BEADE
De haberse conservado el retablo en su integridad, sin duda hubiese sido el conjunto más importante de los realizados por Moure en esos años; pero, la parte arquitectónica ha desaparecido totalmente y sólo se conservan algunas estatuas, magníficas todas ellas, dispersas en distintos lugares de la iglesia y en la Casa Rectoral. Son las conservadas las de Santa Isabel. Santa Ana, Santa Lucia y Santa Apolonia. San José y el Niño, San Bartolomé. San Antonio de Padua y el relieve de Imposición de la casulla a San Ildefonso. Podríamos decir que en estos momentos establece Moure una dialéctica entre su formación manierista, fuertemente influenciada por Juan de Juni, como se observa en las imágenes de Santa Isabel y Santa Ana de la iglesia de Beade, y el nuevo gusto realista que apunta en el magistral San Mauro de la catedral de Orense, Moure abandona progresivamente la cadencia amplia y el ritmo envolvente de las telas, de origen manierista, que había caracterizado sus primeros años, para optar ahora por un plegado múltiple y quebrado, creador de oquedades en las que la luz incide con violencia creando acusados contrastes de luces y sombras, que enmarcan las magistrales cabezas.
Una de las obras más conseguidas de Francisco de Moure es la imagen de San Mauro de la Catedral de Orense.
El efecto expresivo de la imagen se concreta en la cabeza, cubierta por un capuchón que crea un marco lumínico que contrasta con la plástica madeja de cabello y barbas. El manto se resuelve en un torbellino de telas que caen en cascada desde los hombros, moldeando la figura en pliegues quebrados, menudos y zigzagueantes, en los que el virtuosismo del escultor consigue capas finísimas de madera, como telas sueltas al viento.
Las esculturas enlazan con el realismo borgoñón que impregnó decisivamente nuestra escultura de los años finales del siglo XV.El tratamiento mismo de las telas, a base de grandes plegados creadores de profundas oquedades, complejos y naturalistas, evoca aquellas telas de nuestros escultores hispano-flamencos.


El movimiento centrífugo de la figura es total, y esta dispersión de fuerzas se hace patente sobre todo en la formidable cabeza, una de las mejor conseguidas por la gubia de Moure. Se yergue sobre un cuello largo, de músculos muy marcados y ojos elevados hacia el cielo, mientras que todo el rostro muestra las huellas del ayuno y el dolor físico. Pero en esta cabeza hay un elemento imperante tratado de forma magistral, y es la enorme masa de cabellos y bigote que oculta gran parte del rostro abultándose en cada mechón. que se enrolla sobre sí mismo como animado por una vida propia.

LA MAGDALENA. CORO DE LA CATEDRAL DE LUGO
Las representaciones femeninas de la sillería baja presenta un tipo facial diferente al masculino, con facciones más suaves y redondeadas en busca de la belleza, pero sin salir de la estética realista. Las santas penitentes como María Magdalena contrae sus facciones por el dolor.
Moure busca en los tableros del coro de la Catedral de Lugo, señalar el tipo físico y el detalle tipificador, por ello destaca a lo largo de toda la sillería la magnífica serie de cabezas.
Frente al tipo de plegados múltiples, gruesos como corresponde a esta etapa final del escultor, en los esquemas compositivos vuelve una y otra vez a utilizar las distorsiones, la pluralidad de ejes o el escorzo en profundidad inspirados en Juan de Juni, modelo nunca olvidado por el escultor, al que cuesta desprenderse de su formación manierista que surgirá de nuevo en su última obra, el retablo del Colegio de la Compañía de Monforte.


RETABLO DE NUESTRA SEÑORA LA ANTIGUA (MONFORTE DE LEMOS)
El retablo ocupa la totalidad de la cabecera de la iglesia y está realizado en madera de nogal sin otra pintura que el pulimentado dado por el escultor. Por su estructura y regularidad en calles y cuerpos, así como por su escaso resalte en profundidad y la utilización de relieves narrativos, el retablo responde todavía a una tipología castellana postrentina, acusándose también este manierismo ya tardío en el planteamiento de los relieves
LA CIRCUNCISIÓN tiene lugar en lo que podría ser el crucero de una iglesia de severas líneas clasicistas, de la que vemos el interior de la nave, con pilastras de un correctísimo orden jónico y triforio a uno de cuyos huecos asoman curiosas las cabezas de dos personajes.
El centro del relieve está ocupado por la mesa sobre la que la Virgen sostiene al Niño, mientras que Simeón está sentado; a partir de ese núcleo central, una multitud de figuras asiste al acontecimiento, agolpándose para contemplarlo, desde el primer plano en donde se sitúan los acólitos, hasta el fondo del relieve, ocupado por una serie de magníficas cabezas.
El fondo está totalmente repleto de figuras, cabezas de asistentes, animales, etc., hasta el punto de eliminar todo tipo de referencia paisajística.
Las figuras ocupan el espacio por superposición, en una perspectiva de abajo arriba y en una violenta fuga que hace que tan sólo veamos completas las del primer término, en una estructuración del relieve de tipo manierista y que hace pensar en la utilización por parte de Moure de alguna fuente impresa, grabado o estampa, que también debió de utilizar para el otro relieve de este primer cuerpo, LA EPIFANÍA.
En los espacios comprendidos entre los pedestales de las columnas se tallan las cuatro virtudes cardinales, Prudencia y Justicia, Fortaleza y Templanza, separadas por un plano triangular en resalte que alberga el escudo de armas de la Casa de Lemos, a la que pertenecía Don Rodrigo de Castro, cobijado por las alas de un ángel; todas ellas están perfectamente identificadas por varios atributos y, sin duda simbolizan las virtudes que adornaron en vida al Cardenal.
LA PRUDENCIA se representa como una dama noble, vestida a la usanza de la época y colocada de espaldas al espectador, sosteniendo en su mano derecha un espejo, que alude a la necesidad de que el hombre prudente examine sus defectos, lo que no puede hacer sin conocerse a sí mismo. En la mano izquierda parece que lleva una vara a la que se enrosca una serpiente, animal que se repite en la parte inferior del relieve y que es asociado ya con la Prudencia en las Sagradas escrituras en donde se nos exhorta a ser prudentes como las serpientes .
A su lado está LA JUSTICIA, que ostenta los atributos habituales: la espada y la balanza, ya que ella es la que pesa las razones en los platillos de su balanza y, una vez dictada sentencia lo hace respetar con la espada si es necesario.
Documentación, Dolores Vila Jato: Francisco de Moure
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4 comentarios:

Antonio Martínez dijo...

Tremenda lección. Terei que mirar estas obras con ollos novos. Grazas

Ana dijo...

La verdad es que a mi los retablos en general no han sido obras de arte que me hayan motivado en exceso. Creo que una de las razones es la falta de accesibilidad que tienen para apreciar los detalles, pero por circunstancias particulares que creo que te comenté, tuve la posibilidad de consultar alguna bibliografía y unas cuantas imágenes que me hicieron apreciar la maestría de Moure y decidí hacer esta otra entrada.
Gracias por tu comentario. Yo también he mirado estas obras con ojos nuevos.

Anónimo dijo...

Qué talla soberbia o san Mauro, unha maravilla, e o san Bartolomeu é espectacular. Son impresionantes estas pezas de Francisco de Moure, hai que reivindicar o seu nome e poñelo no sitio que se merece.
Eu si que frecuento retábulos e cadeirados sempre que teño ocasión, nestes últimos hai traballos extraordinarios. De feito, de Moure coñezo o retábulo da Antigua e o cadeirado de Lugo.

E vou aproveitar para ser hoxe algo impertinente. Os santos do medallón que pos na presentación (se se coñece a lenda, pódense descifrar os nomes da cartela) son San Claudio, San Nicostrato, San Sinforiano, San Castorio e San Simplicio, escultores todos eles, mártires na Pannonia baixo Diocleciano, que co tempo foron elixidos como Patróns dos albaneis, canteiros, escultores e carpinteiros.
No medallón apreciase unha mistura de iconografías que non é erro de Moure. Débese a un episodio equívoco do martiroloxio no que se confundiron dous grupos diferentes de mártires, hai un barullo cos nomes e co número dos santos, etc.
Total, ó parecer o único martirio que padeceron os escultores foi ser metidos en cadaleitos de chumbo e ser chimpados ó Danubio co cal, a súa representación habitual amosaríaos coas ferramentas do oficio, pero por mor do lío xa dito, Moure tallou tamén en cada cabeza un instrumento de martirio: uns garfos, unha machada, un látego rematado en puntas de chumbo, unha espada e unha media-lúa, obxectos todos que corresponderían á iconografía do outro grupo de mártires.

Espero que o comentario non quede un pouco espeso.

Ana dijo...

Coincido contigo en tu apreciación de San Bartolomé y, sobre todo, de San Mauro que también me parece soberbia. La introspección de la figura, la policromía, la captación del instante. Me gusta mucho.
Conocía los personajes que se representan en el medallón del coro de Lugo porque me dejaron un libro monográfico de Moure con la iconografía detalladísima, pero consideré que la entrada era ya muy extensa y por eso no los mencioné. Veo que estás muy puesto...
Por cierto verás que inserté una de tus fotos. Tenía también incorporada la otra de la Adoración de los magos, pero un error hizo que se borrara y por no volver a empezar de cero, decidí dejarlo como quedó. Por lo menos queda el testimonio.
El comentario queda muy bien, a quien le interese puede conocer esa iconografía de los santos escultores que es curiosa.

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